Celebrando la Semana Santa con mis hijos

Este año el trabajo invadió mi tiempo de reflexión durante la Cuaresma. Las semanas pasaban y no tuve tiempo para pensar en imperfecciones, flaquezas que mejorar, el tiempo traicionaba mi mejor intención. Pero mi sincero deseo por crear espacios de espiritualidad trascendental en mi vida y la de mi familia fueron escuchados y pude reconectar con las tradiciones de Semana Santa de mi niñez como adulto.

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El viernes 29 de febrero mi madre me llamó a las cinco de la tarde para invitarme celebrar en familia una misa de aniversario de muerte de mi querido abuelo materno. Como era viernes tenía la suerte de andar carreteando a Javier y Asier en camino a recoger a Olaia de su práctica de coro. A las 6:15pm Jaimito terminaba su clase de guitarra. Tanto las clases de coro como de guitarra quedaban a menos de 5 millas de la iglesia y así fue que tarde pero seguro llegué a la misa con todos los pequeñines. Estaba al fin centrándome en oración cuando la misa llegaba a su fin. Dado que era viernes, acto seguido la parroquia celebraba un via crucis dentro de la iglesia. Aprovechamos la ocasión para participar del via crucis en familia.

Excepto por mi hermano – que es dos años menor que yo – era la más joven por unos 30 años. Si en la misa  habían participado unas 40 personas, en via crucis eramos 10 adultos y 7 niños gracias a mis hijos y sobrinos. Hace 20 años la participación hubiera sido diferente. Seguro habrían más niños.  Los via crucis bajo techo eran especialmente atractivos para familias con niños pequeños,  en especial madres con recién nacidos buscando meditar en comunidad sin tener que estar expuesta a los elementos.  En mi recuerdo los Via Crucis bajo techo reunían fácilmente a 30 personas, poco comparado a las 100 que fácilmente se reunían en un via crucis caminado. En esta ocasión el via crucis estaba siendo liderando por una mujer de voz amable, pálida y delgada de unos 60 y tanto años.

El texto relatando las estampas además proveía meditaciones que reflexionaban sobre la vida moderna.  La líder comunitaria leyó las primeras tres estaciones. La comunidad presente se unía a la celebración en las oraciones. Entre estrofas tornaba mi mirada a Asier, quien se encontraba gateando a mis pies. Javier como niño de dos añitos, casi tres, nunca estaba muy lejos de Asier o de mi falda. Jaimito (5) y Olaia (9), ya mayorcitos se ubicaban donde quisieran cerca de sus primos en oración. 

Luego de sopesar la baja participación y entrar en ritmo, ttraté de hechar a un lado la observación distante del evento para tomar parte de lleno, como mamá viviendo mi fé en familia. Para sorpresa de todos la líder del via crucis optó por invitar a los niños presentes a realizar las lecturas y dirigir las oraciones.  De observadora a participante, mi reflexión por un momento se tornó a ver la próxima generación infundiendo reflexión y espirtualidad al ritual milenario. Los niños tomaron turnos cargando la cruz, leyendo, orando. Entonces sumamos el canto. Entre la séptima estación y la octava, la líder comunitaria, viendo que Olaia vestía una camiseta del Coro de Niños de San Juan se le acercó pidió que cantara algo.  Olaia la complació y cantó una cántico religioso que había aprendido en la escuela. Luego de cantarlo a solas, Jaimito y sus primos se unieron. Los adultos caminábamos en silencio inspirados por estos niños y su canción de amor a su amigo Jesús.

Pero llegada la nueva semana de trabajo la paz se complica y pronto las horas pasan entremedio de carreras, diligencias y redactando propuestas y texto para clientes. Los días pasaban y excepto por la hora de misa los domingos no puedo decir que un día se diferenciaba del otro. Al fin, llegada la Semana Santa gracias a que el Jueves y Viernes Santo son días de recordación históricamente compartidos en la Isla pude realizar otra pausa del diario frenesí. 

Este año, fue la primera vez que llevé a Jaimito (5) y Olaia (9) a una celebración del Jueves Santo. De pequeña  disfrutaba plenamente de ver las historias cobrar vida en el templo.  Hoy esperaba pasar esa experiencia a mis hijos.  La iglesia estaba repleta, habían fácilmente uns 500 personas ocupando los bancos.  Todos escuchamos el relato del Jueves Santo según la Sagrada Escritura y luego las palabras del Padre.

En su sermón el Padre Baudilio hizo eco de sermones de nuestro querido Padre Vega.   La vida contemporánea está llena de ejemplos de violencia, addicciones, maltrato, soledad, e indiferencia. No es de cristianos esperar que otro haga algo para aliviar la situación.  En nuestro bautizo y en la comunión recibimos a Jesús. ¿Es el mundo un mundo mejor porque somos Su emisario o testigo?  Jesús define el ser líder como servir a los demás noción opuesta a las espectativas modernas de ser líder para que sigan y trabajen por uno o tener acceso a beneficios de unos pocos. El mundo necesita que en cada día creemos o apoyemos la creación de espacios donde se siente el amor de Dios y la Paz de Cristo dando fuerza y esperanza.  La gentileza y el servicio al prójimo hace palpable el amor y desarman los prejuicios y rencores. Las palabras del padre dieron paso al lavado de los pies.

En este caso, la Parroquia San Ignacio de Loyola tiene como costumbre celebrar el lavado de los pies de tal manera que una vez el Párroco lava los pies a 12 miembros de la Iglesia, éstos se van a rincones de la Iglesia y a su vez invitan a los feligreses a que participen dando sus pies a lavar.Viendo uno de los 12 se sentó con cubo y agua cerca de nuestro banco, le pregunté a mis hijos si querían participar. Ni cortos ni perezosos tanto Jaimito como Olaia se ofrecieron a que les lavaran los pies.

Al regresar les pregunté ¿Cómo se sintieron al tener a alguien lavándoles los pies? Era una persona mayor cuidando de ellos, un extraño siendo amable.  Olaia me dijo que le había dado vergüenza que alguien le lavara el pie y que aún sentía cosquillas en su pie. Jaimito solo dijo que le pareció "bien."

El Viernes Santo quise volver a reconectar con las tradiciones locales de Semana Santa. Equivocadamente pensé que la visitación a siete capillas con el Santísimo expuesto era el viernes por la noche. Ya había convocado a mi cuñada y sobrina en la expedición por las capillas del Viejo San Juan. Pero en camino a San Juan hablé con una tía que corrigió el error indicándome que la tradición de la cual hablaba se celebraba los Jueves Santo por la noche hasta el medio día del Viernes. El Viernes por la noche las Iglesias suelen permanecer cerradas mostrando su luto en conmemoración de la crucifixión y muerte de Jesús.

Optamos por llegar hasta el Viejo San Juan de todos modos. En efecto la Iglesia San Francisco estaba cerrada, al igual que la Iglesia San José. Pero al acercarnos a la Catedral descubrimos que en ese preciso momento sacaba una imagen de María de luto. La "Procesión de la Dolorosa" comenzaba en la escalinata de la Catedral y daba la vuelta por dos cuadras (bajando por la calle Fortaleza hasta la calle subiendo por la calle de la Cruz y regresando por la Plaza de Armas a la Calle Luna) del Viejo San Juan regresando otra vez a la Catedral.  Habían unas 200 personas congregadas. Jamás había tenido la oportunidad de participar de este evento, ni sabía que existía.

Enfrente de la imagen de María iba un señor pregonando por un altoparlante meditaciones sobre como María, Madre de Jesús, a la muerte de su hijo, se encontraba sola. La mayoría de los seguidores habían huido de su lado y la soledad y tristeza la envargaban. Las meditaciones enfatizaban el rol de madre y el luto del momento. las canciones eran de solidaridad con María. En el caminar rezabamos en grupo retumbando el Ave María por las paredes del Viejo San Juan. Algunos vecinos salían a sus balcones a ver la procesión pasar. Aunque no sabíamos el ritual ni la canción la naturaleza de la procesión facilita que uno aprenda en el acto tanto la canción como otros coros y estribillos.

¡Qué memorable sorpresa! Madres con sus hijas conmemorando en solidaridad el dolor sufrido por una madre hace dos mil años.

El Domingo de Pascua procedió como de costumbre sin sabresaltos o peculiaridades. Los pequeñines abrieron sus regalitos de Pascua y acto seguido fuimos a misa a las diez de la mañana.  Aún en ayuno llegamos hasta el lugar donde año tras año nos venimos reuniendo en familia (con mis padres, abuela paterna y tías) para comer y celebrar en grande. No puedo decir que tuve el placer o honor de cocinar, pero sí puedo dar fé que este año el bufé estuvo exquisito. Pero aunque ya no me acuerdo de lo que comí ese día, por muchos años me acompañará el recuerdo de esos momentos especiales en los compartí rituales de mi juventud en la fe con mis hijos y ellos enriquecieron mi celebración, reforzando mi esperanza en un mejor mañana en manos de nuestra juventud.